Me preguntan: ¿Por qué no te gustan las redes sociales?
Odio las redes sociales porque soy un amante bandido de la privacidad y el derecho a la intimidad y siento que estos dos conceptos son absolutamente incompatibles con Facebook, Tuenti y similares.
Estos inventos han logrado que aceptemos sin dudar regalarle no solo nuestros datos personales sino toda clase de información adicional de carácter privado a gente de la que no sabemos nada. Hay alguien en Facebook S.A. que tiene acceso a nuestro nombre, a nuestras fotos, a nuestro entorno y a nuestras comunicaciones. Hay alguien que, en diez minutos, puede hacer un informe completísimo sobre qué hemos hecho, dónde hemos estado, con quién hemos salido, qué hemos dicho, que ideas políticas tenemos, qué nos gusta y disgusta, qué páginas web visitamos, desde dónde lo hacemos, a qué hora lo hacemos y con qué frecuencia.
Hace solo unos años habria hecho falta una investigación policial importante para lograr tenernos tan controlados. Ahora los millones de usuarios de Facebook dan y seguirán dando reportes detallados diarios sobre sus vidas a una compañía que, con la excusa de estar conectando a la gente, ha creado la mayor base de datos privados de la historia en un tiempo record y con un esfuerzo mínimo. Sospechamos que solo la utilizan para vendernos cosas pero nada les impide hacer uso de ella para algo más.
Ya hemos leído en la prensa casos de delincuentes exitosamente detenidos gracias a lo que publicaron en sus cuentas de Facebook. ¿Tan descabellado resulta pensar que, si les vigilan a ellos, también pueden vigilarnos cuando quieran a nosotros? ¿Acaso no conocemos también a víctimas de crímenes que no podrían haberse cometido sin la ayuda de las redes sociales? Me vienen a la cabeza casos como el de los ladrones de famosos que desvalijaron a Paris Hilton cuando leyeron en Twiter que había viajado a otra ciudad. O la mujer que fue asesinada en Valdemorillo por su ex pareja tras difundir por Facebook que tenía una relación con otro hombre. Todo esto sin olvidar los incontables episodios de extorsión, chantaje e incluso abuso de menores a través de la red que han saltado a la prensa a lo largo de los últimos años.
Estamos demasiado expuestos. Y lo peor de todo es que tiene que ser así porque sin subir fotos, sin etiquetar amigos, sin explicar donde fuiste el sábado y sin que el resto del mundo haga lo mismo las redes sociales no tendrían ninguna gracia y, por consiguiente, ningún éxito.
Es uno de esos casos incomprensibles de borreguismo universal. Atrapada en las redes sociales hay gente muy válida e inteligente, gente que si se parase dos minutos a reflexionar qué le lleva a aceptar una situación tan desventajosa cancelaría todas sus cuentas y no volvería a tocarlas ni con un palo largo. Sin embargo como es cómodo, como es barato, como es divertido… como todo el mundo lo está haciendo, se acepta sin más y de esta manera se perpetúa indefinidamente un mal innecesario.
Es este un punto interesante, puesto que si bien odio Facebook por aquello en lo que se ha convertido lo que realmente me preocupa es aquello en lo que puede llegar a convertirse.
¿Os acordáis de la frase “si no estás en Internet no existes”? Ahora es “si no estás en Facebook no existes”. La semana pasada hubo en mi ciudad una manifestación a la que me hubiera encantado acudir, y me enteré de ella el día después de que ocurriera. Por no usar redes sociales. Siento que si yo hubiese vivido en Egipto me hubiera enterado de la reciente revolución la mañana en que, mirando por la ventana, viera mi país arder.
Está empezando a ocurrir que si no formas parte de las redes sociales tienes muchas desventajas. No es solo que folles menos o que conozcas menos gente, es que poco a poco hay cosas que hay que hacer o de las que tienes que enterarte por Facebook. Llegará un día, si seguimos mostrando como sociedad un desprecio tan absoluto por la comunicación interpersonal tradicional, en el que habrá que estar dado de alta para pedir cita en el médico o para votar en unas elecciones. Ese día nos habremos convertido en un estado Orwelliano y lo habremos hecho gratuita y voluntariamente.
A todo esto. ¿Nadie se ha dado cuenta de los repugnantes cambios que ha habido en la manera que tiene la gente de relacionarse? El auge de las redes sociales ha propiciado comportamientos deleznables (aunque comúnmente aceptados) que ponen en peligro de muerte las relaciones humanas tal y como las conocemos.
Ahora un usuario medio tiene agregados y con acceso a la misma información a 500 contactos de los cuales conoce mínimamente a 20. De esos 20 hay al menos 10 a los que si se encontrara por la calle simularía no haber visto y de los restantes solo considera a un par verdaderos amigos en el sentido estricto de la palabra. Es decir, como antes de Facebook pero mucho menos privado.
Sales de fiesta, hablas con un tío. Al día siguiente te agrega y tu le aceptas. Él agrega a tus amigas por que están buenas. Tu imitas su comportamiento con las suyas porque es normal, aunque al final te da vergüenza y solo hablas con una. Toda esta gente puede ver quién eres, con quien te mueves y que cosas dices. Y una nueva remesa de desconocidos llega puntual cada fin de semana.
Facebook no entiende de grados de amistad, para él todos son iguales. A lo mejor pretendías separar tu grupo de amigos heavis del colegio de tu nueva pandilla moderna de la uni. O a tus colegas macarras del barrio de la gente del trabajo. No vas a poder hacerlo. Ni tampoco podrás evitar que el tío que conociste el fin de semana pasado se pase a tu ex novia por la piedra antes de desaparecer para siempre de tu lista de contactos.
Ya nadie te envía fotos, ahora las cuelgan y si quieres puedes verlas. Oh Dios mío… sales ridículo en esa ¿eh? Pues ya la han visto todos. Es que es pública ¿sabes? Date por satisfecho si nadie se la ha guardado para su uso y disfrute personal.
Por tu cumpleaños te felicitan ochenta personas. ¡Uau! ¡Ochenta! A sesenta y ocho no las ubicas. El resto de mensajes tampoco los valoras mucho: sabes que solo se han acordado por que el programa les avisó para que lo hicieran. Pero a ellos les vale, no pienses que van a gastar tiempo y dinero en llamarte o pasar a verte. Cuando llegue su día, además, tú harás lo mismo.
Puede que con los años este tipo de situaciones te acaben hartando, pero no te molestes en dejar de usar tu cuenta: Descubrirías que tu sucedáneo de vida social se deshincha en cuestión de días, y ya nadie es capaz de soportar eso.
A no ser, claro, que todos decidiéramos borrar nuestros datos y volver a retomar nuestras relaciones humanas clásicas.
Esas que se establecen de tú a tú, las que se mantienen con voluntad y esfuerzo personal. Las que perdurarían en el tiempo aunque los servidores de Facebook se fueran al carajo. Las que no se basan en en la imagen que tratamos de publicar con fotos escogidas y frases ingeniosas sino en lo que somos de verdad al otro lado de la pantalla.
Estamos a tiempo de acabar con todo esto para volver a hacer uso de la capacidad comunicativa que tantos siglos nos ha costado llegar a adquirir y perfeccionar. Para volver a ser humanos.
¡HUMANOS! No un puto Libro de Caretos.
comiendodetergente.blogspot.com
grandiosa entrada, así es.El mundo orweliano nos acecha, combinado con el mundo feliz de huxley. Lo que más me preocupa es la generación de los 90 y finales d elos 80. Esos si que están absolutamente perdidos y no atienden ya a razones. terrible
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