viernes, 1 de abril de 2011

Oda al Apestado

Echamos la vista atrás y nos sorprendemos de cuan ignorantes podían llegar a ser nuestros antepasados.
Los egipcios, por ejemplo. Cuando les dio por adorar al Sol mirándolo fijamente. Luego se quedaban todos ciegos preguntándose por qué. Ahora somos más listos, sabemos que esa práctica quemaba sus retinas.
No hace tanto, cuando madame Curie descubrió el Radio, parece ser que las damiselas de la alta sociedad se embadurnaban la piel con cremas radioactivas. También era considerado un placer solo al alcance de los más pudientes beber agua con radio. Nadie en su sano juicio osaría hacer nada semejante por voluntad propia hoy en día.
Por poner más ejemplos, hace solo unas décadas el actor Steve Mc Queen moría de un agresivo cáncer de pulmón. Resulta que, como aficionado al mundo del motor, había pasado una gran parte de su vida compitiendo con un traje ignífugo fabricado a base de Amianto. No ocurriría hoy, ya que somos tan avanzados que estamos muy al corriente de las características cancerígenas de este material.
Los antiguos pobladores de este planeta cometieron estos y otros muchos errores garrafales debido exclusivamente a su inconmensurable ignorancia. Si hubieran sabido a lo que se exponían, jamás hubieran sido tan estúpidos de continuar llevando a cabo prácticas tan nocivas para su salud.
Eso solo lo hacemos nosotros, los modernísimos super humanos del siglo XXI.




El hábito de fumar existe desde el principio de los tiempos. Civilizaciones separadas entre sí por miles de kilómetros de océano aprendieron espontáneamente a hacerlo de maneras muy diferentes.
Por aquellos tiempos fumar era igual de malo que ahora. El ser humano nunca ha tenido entre sus funciones corporales la de aspirar humo y retenerlo en los pulmones por placer. De hecho eso, antes de la aparición del fumeque, se conocía como “asfixiarse”. Lo que ocurre es que por aquellos tiempos y hasta hace relativamente pocos años, la gente no era consciente de lo perjudicial que era para la salud y de cuan directamente relacionado estaba con un gran número de enfermedades mortales.
Probablemente el tabaquismo crónico que sufre nuestra sociedad sea una de las mayores y más irrefutables pruebas de la estupidez humana contemporánea. Porque, al contrario que nuestros antepasados, nosotros SI sabemos (con datos muy concretos) el daño que el tabaco causa a fumadores activos y pasivos.
Lo hemos visto en los periódicos, en las noticias. Tenemos familiares y conocidos muertos o enfermos. Todos lo tenemos claro, está a la orden del día. Fumar mata.
No hay que ser muy listo: Cuando fumas te cansas más, hueles peor, te sientes débil y enfermas con mayor facilidad. Los dientes se ponen amarillos, la voz se torna ronca. Se atrofian los sentidos del gusto y del olfato. ¡Generamos dependencia! ¿Desde cuándo puede ser una buena señal ser adicto a inhalar humos?
Por si fuera poco es un vicio caro, muy caro. ¿Mil euros al año en tabaco? Y es menos de lo que gasta una persona que consuma una cajetilla diaria. Y para rematar perjudica  a los demás, a los inocentes. Fumarte un cigarro al lado de un niño es obligarle a inhalar, junto con el oxigeno que respira, los componentes venenosos que generas.
Y todo esto ¿para qué?
¿Acaso el tabaco te aporta algo? ¿Algo real?

No te engañes, la respuesta es NO. Nada bueno, en cualquier caso, aunque los fumadores aleguen, cuando se les pregunta a este respecto, las mismas razones una y otra vez:

a. “Fumar me gusta”
Fumar no te gusta. Fumar no le gusta a nadie. Te gusta el azúcar, la sal y la grasa que son los sabores que tu cuerpo está programado para disfrutar. Pero el humo no te gusta, porque el humo es…humo, y el cuerpo de los seres humanos no está diseñado para “gozar” con él, sino para tratar de soportarlo (sobrevivir a él). El humo es el residuo en suspensión resultante de una combustión. Sabe a hollín, a carbón. A quemado, vamos.
¿Recuerdas la primera vez que probaste tu plato favorito? Te encantó. No creo que guardes el mismo recuerdo de tu primer cigarro.

b. “Fumar me relaja”
Fumar NO te relaja. Te sorprenderá saber que, muy al contrario de lo que piensas, la nicotina es un estimulante y no un depresor.
El problema está en que, cuando el efecto del último cigarro empieza a diluirse, tu cuerpo se vuelve loco para que le des más y no te dejará en paz hasta que te fumes otro. Por eso piensas que te calma, mientras que lo único que hace es garantizarte un nuevo momento de malestar futuro.

c. “Necesito fumar”
Solo los adictos más tristes se atreven a pronunciar esta frase. Tratar de justificarse dando a entender que somos esclavos del humo que sale de un cilindro de papel relleno de hierbajos es muy penoso, pero aun así hay gente que continúa haciéndolo.
Es una estrategia que se basa en echarle la culpa a todo lo demás con tal de no responsabilizar al verdadero causante, que es uno mismo. Esto, según tengo entendido, se conoce en psiquiatría como Locus de Control Externo.
Haciendo una comparación radical pero sencilla, sería como si alguien se perforara el pecho 20 veces al día con una katana y se justificara diciéndolo que necesita hacerlo. Sencillamente ridículo.

d.”Total, de algo hay que morir”
Suele ser el último de los argumentos que vienen a la cabeza de los defensores de las tabacaleras.
Se trata, en sí misma, de una verdad como un templo. De algo hay que morir.
Sin embargo hay miles de formas de morir, miles de desgracias que pueden sucedernos y miles de enfermedades que contraer. ¿Seguro que te apetece ser tú el causante de tu muerte, lenta y dolorosa? ¿Pagando por ello una elevadísima cantidad de dinero al mes, además? Con la de formas de morir que existen, ¿no sería más sencillo, mas barato y menos perjudicial para tu entorno que te tirases por un barranco? Pues eso.

En realidad lo único que hace un cigarrillo es reforzar una personalidad débil. Atención a los siguientes ejemplos:
1- Una chica sentada sola en un banco no es más que una pardilla que espera.
2- Un joven apoyado en la pared de una discoteca solo es un apalancado.
3- Un chaval que sale del colegio con sus amigos es un estudiante más.
4- Una trabajadora que deja su puesto y sale a la calle a tomar el aire es una vaga.

Sin embargo, añadiendo un cigarro a la boca de nuestros cuatro personajes obtenemos:
1- Una mujer sofisticada e interesante.
2- Un joven atractivo y misterioso.
3- El tío más duro del cole.
4- Una currante tomándose un merecido descanso.

Y si todavía quedan dudas, observemos la cultura popular, el cine y la música de las últimas décadas. Los machotes de las películas fuman, y las tías buenas rompecorazones también. Si uno quiere ser una estrella del rock solo necesita un tatuaje y un paquete de Lucky Strike, no siendo en ocasiones el tatuaje necesario.






Rindámonos a la evidencia de una vez: si empezamos a fumar fue por influencias externas y si mantenemos tan repulsivo hábito es porque ya lo consideramos parte imprescindible de nosotros mismos. Estamos enfermos, y entender esto es el primer paso hacia la curación.

Ahora que el gobierno ha prohibido el consumo de tabaco en todos los lugares públicos, bares y restaurantes incluidos, los fumadores han puesto el grito en el cielo. Les parece injusto que se les considere apestados y se les obligue a alejarse de la gente para llevar a cabo su hábito. Además, defienden que esta medida tiene un efecto perjudicial sobre la economía del país y que, principalmente, afecta al sector hostelero que ha perdido una gran cantidad de ingresos desde su entrada en vigor.
Los fumadores deben comprender que se les considera apestados porque apestan. Porque echan humo y el humo huele mal. Nadie podría recriminarles que su olor corporal fuera fuerte o que sufrieran de halitosis, porque eso es natural. Si se puede, sin embargo, exigir que, si pretenden llevar  a cabo prácticas malolientes e insaludables, se marchen a hacerlo lejos del resto, donde no puedan afectar a nadie que no quiera resultar afectado. De la misma manera el día que yo quiera disparar una escopeta lo haré en un campo de tiro, y no en un parque infantil.
Con respecto a la supuesta defensa a los empresarios de la restauración, debemos tener en cuenta que los que han dejado de ir a los bares son precisamente los fumadores, luego no parece muy lógico que sean los propios causantes de la crisis hostelera los que traten de hacer sentir mal al resto de la sociedad por sus actos.


Es sencillo: si a los fumadores les preocuparan lo más mínimo las finanzas de los bares y restaurantes SEGUIRIAN ACUDIENDO A ELLOS, y consumirían lo mismo. Sin fumar, eso sí (o fumando en la calle, donde no molestan al que acaba de pedir el primer plato y tiene que comérselo rodeado del humo de todos los cigarros del local). Yo, que llevo un año y medio sin fumar, les puedo asegurar que es posible pasar una tarde entera en un restaurante consumiendo como el que más sin encender ni un solo cigarro. Y no pasa NADA.











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