martes, 12 de abril de 2011

Gadafi me cae simpático

No es que escriba esto amparado en el supuesto anonimato que internet me ofrece. Lo escribo por qué el sábado por la tarde me sorprendí a mi mismo pronunciando estas palabras en público tras desatar mi insensata lengua a golpe de mojitos bien cargados, y digo que me sorprendí no porque no lo supiera tiempo atrás, sino porque no esperaba ni de lejos llegar jamás a tener el valor de reconocerlo abiertamente.

Pese a que el dirigente libio ya ostentaba su cargo mucho antes de que yo naciera comencé a ser plenamente consciente de su existencia hace tan solo un par de años. Yo me encontraba por aquel entonces en África, celebrando la fiesta del cordero en compañía de unos amigos que me habían prestado para la ocasión una indumentaria típica de la zona. De repente alguien se fijo en que tanto el grand bubu como la prenda de cabeza que vestía, unidos a mi tez clara, el vello facial y las gafas de sol, me daban un aspecto que les resultaba familiar. Fue así como empezaron a llamarme Gadafi.

Ya en ese momento comencé a intuir que se trataba de una figura polémica. Los propios africanos que trataron de explicarme la biografía de mi “doble” no podían evitar oscilar en su discurso entre la admiración y la vergüenza ajena. Entre el amor y el odio.





De vuelta en España, meses después y tras una breve investigación, me fue posible tener una idea más global de la vida y obra de este señor, que a grandes rasgos y siempre según mis recuerdos puede resumirse de la siguiente manera:

Mu'ammar al-Qadhafi es un tipo de origines humildes que, a base de estudio y afán de superación, logró llegar a oficial del ejército libio. Además se formó como abogado en una época en la que la educación universitaria en su país era algo tan accesible al ciudadano medio como lo es para un joven español un chalet en propiedad hoy en día.
Orquestó un golpe de estado que logró expulsar a un rey colocado en el poder por y para los intereses europeos que, exactamente igual que ahora, eran muchos y muy poderosos.

Instauró un sistema (híbrido de democracia, dictadura e islamismo) en virtud del cual sus conciudadanos pudieron empezar a votar en elecciones. Nacionalizó sus recursos naturales (el bendito petróleo) y expulsó a las compañías extranjeras que se lucraban con su extracción.
Para terminar de liarla montó una suerte de “club” de naciones árabes apoyado por el cual se atrevió no solo a poner a caer de un burro al estado de Israel sino a anunciar que financiaría y entrenaría a cualquiera que estuviese dispuesto a meter caña a los judíos.
¿Radical? Muchísimo. ¿Valiente? Pues oiga…también. Tras años de colonialismo italiano y después de haber sido la puta de occidente Libia pedía justicia a gritos, y Gadafi optó por darle a su país lo que él consideraba que le correspondía.
Como consecuencia de sus actos el estado libio y la figura de su dirigente pasaron a considerarse indeseables por la opinión pública internacional, situación que se vio agravada por la matanza, en la década de los 80, de cientos de personas en un atentado perpetrado a bordo de un avión que sobrevolaba Escocia ya que los ejecutores resultaron ser ciudadanos libios aparentemente respaldados por el gobierno del Coronel.
Después Gadafi se suavizó. Indemnizo a las víctimas y entregó a los asesinos. Relajó sus posturas, permitió regresar a las petroleras extrajeras y cedió parte de su territorio a los Estados Unidos para que fuese utilizado como base aérea. Así se gano el indulto de la comunidad internacional, y comenzó a ser tratado de una manera bien diferente a aquella a la que le tenían acostumbrado.
Visitó muchos países, acudió a varias conferencias, se dirigió al mundo desde las Naciones Unidas y comerció con diversos gobiernos. Entre otros el nuestro, que le vendió armas y tecnología militar como para parar un tren.




En esta última etapa se encontraba una Libia con el producto interior bruto más alto de su historia cuando una revolución supuestamente espontanea y, según parece, enormemente sangrienta, comenzó a asolar el país africano hace ahora un par de meses.

Hace tiempo que no se informa a la ciudadanía, pero durante las primeras tres semanas posteriores al estallido del conflicto la prensa europea se ocupó de hacer correr ríos de tinta explicando lo malo que es y ha sido siempre Gadafi con su pueblo  y lo necesario, deseable e inevitable del levantamiento popular surgido en su contra.
Eso no evitó que se tardara un mes entero en poner en marcha el contingente militar internacional que actualmente se encuentra en la zona con la misión, siempre según nuestros gobernantes, de proteger a la población civil de los ataques genocidas del sátrapa.
Pues bien: cuando de la noche a la mañana todos los medios de comunicación tratan de ponerme en contra de un dirigente al que hasta antes de ayer hemos estado vendiendo metralletas, a mi me huele a chamusquina.
Si encima resulta que el blanco de toda la ira internacional es una figura tan conflictiva y polémica, alguien que ha dedicado una vida a meterse en líos criticando y desafiando a las naciones más poderosas y peligrosas del planeta solo puedo desconfiar. Desconfiar y opinar basándome solo en lo que siento, y lo que siento es que me cae simpático.
Gadafi es un caradura, y un déspota que vive a todo tren con el dinero de su pueblo gracias a sus cargos autoimpuestos. Además es un loco excéntrico, viaja con camellos rodeado de mujeres armadas y se inyecta Votox. Lo sé. Lo sabemos todos. Según mi amiga Imane, que le entiende cuando habla en su lengua natal, además de ser un ególatra narcisista no ha sido capaz de pronunciar un discurso comprensible en toda su vida pero ¿de verdad es Gadafi el malo de la película?
El presidente de mi gobierno nos ha mentido en incontables ocasiones, regala ministerios y sueldos vitalicios a sus colegas de cafetería, derrocha en caprichos el dinero público, ha destrozado la economía de mi país y toda esperanza de futuro a medio plazo para la juventud española y negocia con los mismo terroristas que asesinan a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado para el que trabaja. Y ninguna coalición le tira bombas.




Jose Luis Rodríguez Zapatero, cuando estaba de gira por los países árabes, regresó en avión a España solo para pasar la noche, aunque debía volver al día siguiente para otro acto. También pagó de las arcas del estado el viaje a Washington de sus dos hijas satánicas para hacerse una foto de familia con Obama  ¿No es eso ser excéntrico?

Ha colocado a dedo a coleguitas insuficientemente preparados en cargos de importancia vital. Algunos directamente del instituto al ministerio. ¿No es eso ser un déspota?
Está al frente de un gobierno (debo decir presuntamente) dispuesto a todo, sea legal o ilegal, con tal de satisfacer a E.T.A. y conseguir de esta forma el golpe de efecto que necesita para conseguir un buen puñado de votos en las próximas elecciones. ¿Acaso no es eso cooperar con terroristas?
Vamos, que son tal para cual. Y ¿No hay gente que siente simpatía por Zapatero? Pues yo la siento por Gadafi.
Porque además él es la oveja negra. Un apestado. El rival a batir, como John Cobra. Un cabezota que cree cosas y las defiende. Que hace lo que cree que debe hacerse y que acaba machacado por no morderse la lengua. A mi esa gente de primeras me cae bien, aunque no tenga razón y aunque haga cosas malas. Porque los principales interesados en que caiga, los que organizan, alientan y subvencionan a esa  “resistencia popular” que sustituye su actual bandera nacional por la del antiguo rey-marioneta Idris son muchísimo más malos e infinitamente más siniestros ya que actúan desde las sombras, sin dar la cara, intrigando y manejando el mundo como quien juega a las damas con total impunidad.
Si esto fuese la Guerra de las Galaxias Gadafi sería Vader, porque todo el mundo sabe que el auténtico malo de la película es el Emperador.




Creo firmemente que en base a la reacción que los países poderosos tienen ante una revolución como la libia se puede medir lo implicados que están en su estallido. En este caso (desde mi punto de vista) están metidos hasta el cuello y a mí, desde pequeño, siempre me gustó la idea de estar de lado del más débil. No sé, me parece más romántico. Por eso vuelvo a repetir lo mismo:

A mi Gadafi me cae simpático.








comiendodetergente.blogspot.com

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