Temidas en dos sentidos, ya que si bien el elevadísimo gasto del enlace suele suponer un quebradero de cabeza para los prometidos y sus padres, el obligado desembolso de rigor también hace temblar a muchos de los convidados (sobre todo en el caso de haber sido estos invitados a más de una celebración de este tipo en un corto espacio de tiempo).
Y es que parece que últimamente se ha llegado a una especie de consenso, imponiéndose la norma no escrita de que la cifra mínima (si se quiere quedar medianamente bien) con la que obsequiar a los anfitriones ronda los 300 euros “por cubierto”. Esto quiere decir, en un lenguaje menos pretencioso, que para acudir es necesario apoquinar la mitad de un Salario Mínimo Interprofesional por barba, 600 € por pareja y 1.200 por una familia con dos hijos si no se quiere quedar como un rata. Qué duda cabe de que la cuantía se eleva cuando entran en juego factores como la cercanía de trato, el rango familiar o el grado de suntuosidad del propio evento.
Son varios los motivos de que se haya llegado a este extremo:
Por un lado, mientras que antiguamente el objetivo de los contrayentes era la mera celebración de su unión matrimonial, de un tiempo a esta parte ha empezado a ser frecuente que la intención oculta tras un bodorrio sea el ánimo de lucro. Es decir, que la gente (mucho menos religiosa ahora que en el pasado, y poco apasionada del concepto de “compromiso” en general) sólo se casa para sacar cuanto más dinero mejor. No es extraño recibir tarjetas de invitación en las que figuran tanto un número de cuenta corriente como la sugerencia de “ingresar por adelantado”.
Por otra parte, y como consecuencia de lo anterior, el sector hostelero (consciente de que en sus salones se estaba haciendo un negocio redondo) decidió hábilmente sacar mayor beneficio de una tendencia en alza, encareciendo desorbitadamente la “materia prima” de la industria matrimonial: Esto se tradujo en que el precio del convite se estabilizó entre los 90 y los 200 euros por persona, cantidad que en cualquier restaurante nos garantizaría una copiosa comilona pero que suele traducirse en los ya clásicos menús “entrecot, coctel de gambas y sorbete de limón” típicos de reuniones de este pelo.
La tercera razón es la que, en todos los ámbitos de la vida, se hace necesaria para que una situación claramente desventajosa e insostenible se normalice: La imposibilidad intrínsecamente humana de plantarse ante la estupidez y la necesidad “sapiens” de aparentar lo que uno no es, lograron que resulte imposible volver a concebir una boda como una fiesta a la que a uno le invitan para celebrar un evento especial e irrepetible. Hoy, cuando uno recibe el sobre maldito, no puede evitar sospechar que su presencia no es tan ansiada como la talegada que tantos se vanaglorian de triplicar con pretendida esplendidez.
Así que sí, la culpa es de las parejas, que pusieron de moda la reprobable práctica de recuperar la inversión con pingües beneficios a costa de sus familiares. Y de los hosteleros que, codiciando un mayor pedazo del pastel, elevaron los costes de un modo injustificado. Pero también, y sobre todo, la culpa de este desmán es de los que entraron al trapo y pagaron haciendo ver que el atraco era de su agrado para evitar ser señalados como agarrados y roñosos por su entorno social.
Lamentablemente el daño ya está hecho, y en este momento cualquier cosa que lleve el apellido “de boda” cuesta tres o cuatro veces más de lo que sería razonable en cualquier otra situación. El vestido de boda, el ramo de boda, el banquete de boda, la tarta de boda… Nadie te pregunta primero si tu intención es lucrarte con tu casamiento sino que directamente se aplica el precio “de proveedor” dando por hecho que lo harás. Esto pone en un serio aprieto a los enamorados que desean unirse en matrimonio sin albergar intenciones recaudatorias de ningún tipo: El importe total de todo aquello que suele requerirse en esta clase de ocasiones es tan exagerado que la inversión de los tres a cinco millones de las antiguas pesetas que, se dice, requiere una boda, parece imposible de acometer.
Por desgracia, la fuerza de la costumbre ha favorecido que se asienten firmemente unos cánones muy estrictos que determinan lo que es (o debería ser) un enlace en condiciones. Esto redunda en el triste hecho de que resulta inevitable para una pareja sentir que el día más feliz de sus vidas no es tan perfecto como debería si no disponen de todos los elementos que, por convención, se le asocian. También propicia que los invitados acudan predispuestos a una parafernalia concreta y se sientan decepcionados en caso de encontrarse con algo distinto, lo que genera críticas y chismorreos de lo más desagradables.
Esto, como todo, puede y debe cambiarse. Para ello, es obligatorio plantearse los motivos que nos llevan al casorio: Todo lo que no sean ganas de formalizar un compromiso para darle una dimensión más profunda al noviazgo de cara a la sociedad y a la propia pareja… no sirve. Casarse para que te paguen la entrada del piso, los electrodomésticos o un viaje a Punta Cana es ruin, rastrero y despreciable.
A la aceptación de que la alianza no debería buscar más que la unión de los contrayentes seguirá, como la rueda sigue a la pezuña del buey, que el posterior fiestón no ha de tener otro fin que la de compartir ese momento tan alegre con los seres queridos con quienes sentimos más afinidad. Este descubrimiento será determinante a la hora de abaratar el flete final por varios motivos.
- Primero, disminuirá la lista de convocados en varios cientos de personas.
Cuando se planea obtener elevados ingresos en forma de regalos de boda, resulta conveniente extender la invitación a cuantos más mejor. Es por esto por lo que, tarde o temprano, a todos se nos acaba animando a asistir a la ceremonia de ese estúpido primo segundo del que hace siglos que no sabemos nada: El primo quiere nuestra pasta para un Ford.
Cuando el ánimo de lucro de desvanece, vuelan también las ganas de dedicar tiempo y dinero a ciertas personas que, si bien forman parte de nuestra vida, no son tan importantes como una minoría verdaderamente imprescindible.
- Segundo, y debido a que solo esperamos la asistencia de quienes realmente nos importan, podemos sentirnos exentos de adoptar las poses forzadas que, como anteriormente veíamos, se nos han impuesto a golpe de repetición.
Al saber que compartiremos la jornada con quienes más nos aprecian y conocen, la necesidad de satisfacer a la concurrencia por miedo al qué dirán se torna en ganas de hacer una sola cosa: Pasarlo bien, y disfrutar al máximo de su compañía. De este modo nos libramos del yugo de las apariencias y descubrimos que el dinero empieza a rentar de manera insospechada, como iremos viendo paso a paso:
1- Las invitaciones:
¿De verdad es necesario gastar cerca de 500 € sólo en un taco de tarjetas?
La tecnología ha avanzado una barbaridad y nos brinda la oportunidad de sustituir un gasto que en su día fue impepinable por alternativas gratuitas y notablemente más originales.
Una de ellas consiste en ponerse guapos, elaborar un pequeño guión y grabar un mensaje de invitación con cualquier cámara de video casera. Colgarla en Youtube es tan sencillo y gratuito como enviar un email con el enlace a todos los amigos y familiares a los que decidamos invitar. Definitivamente, esta opción no solo nos ahorra dinero sino que resulta enormemente más divertida y personal que el más elegante de los tarjetones.
¿Que nos gusta más en papel? El 90 por ciento de los novios que se casan hoy en día se maneja, por una cuestión de edad, a nivel usuario con el ordenador y está perfectamente capacitado para elaborar un sencillo diseño que, impreso en el papel adecuado, cumplirá con creces su cometido. En caso de no sentirse capaces… ¿quién no tiene un conocido aficionado al diseño gráfico, cuando no profesional? Estará encantado de ayudar como regalo a los novios.
2- La ropa:
Es sencillamente indecente la cantidad de dinero que se pide por un vestido de novia. La cosa reviste especial gravedad si tenemos en cuenta que, por su diseño, será imposible volver a utilizarlo en el futuro. Se trata por tanto de un gasto tan elevado como absurdo, que no suele ser menor de 1500 €, llegando a superar los 6.000 en muchos casos.
El cerebro de las mujeres ha sido salvajemente bombardeado durante demasiado tiempo con clichés nupciales y por ello resulta casi imposible llegar a un acuerdo a este respecto con alguien que, desde niña, se ha imaginado a si misma caminando hacia el altar ataviada como una princesa de cuento en infinidad de ocasiones. Pese a ello, no hace falta un estudio de mercado para comprender que, por una mínima fracción de lo que cuesta el típico traje blanco, cualquier chica puede hacerse con un precioso vestido de fiesta que, además de favorecerle mucho más que los típicos, pesados y ostentosos faldones, podrá volver a lucir cuantas veces quiera. Si a esto le sumamos unos zapatos, algún complemento elegante y un buen trabajo de peluquería, por algo más de 500 euros tendremos a la más hermosa de las novias lista para decir “sí, quiero”.
En cuanto a las galas del novio… en todas las ciudades hay establecimientos dedicados al alquiler de chaqués para este tipo de ceremonias, rondando el precio los 70 euros. El tiempo del que el cliente puede disponer de las prendas suele ser de un par de días y el único requisito digno de tener en cuenta es la conveniencia de reservar con un mes de adelanto el traje para garantizarse la disponibilidad de tallas.
3- El reportaje.
Mi experiencia en el mundo del reportaje social me autoriza a afirmar que, demasiado a menudo, la cantidad que se cobra a los novios no justifica la calidad del trabajo. De hecho hay una desmedida cantidad de fotógrafos de boda que no solo no tiene formación técnico-artística de ningún tipo, sino que (a ojos de cualquier auténtico profesional) carece de aptitud alguna para ganarse la vida con una cámara.
Más llamativo aún es el caso de los videógrafos, que acostumbran a ser un simple fotógrafo armado con una videocámara que programa en automático y maneja con la misma pericia que cualquier otro aficionado.
Entre alrededor de 1000 y 2000 euros suele pagarse por este servicio. Y se paga porque todo el mundo desea guardar recuerdos del día de su boda para, pasados los años, poder continuar rememorando aquella ocasión tan especial. Mi propuesta es la siguiente:
Incluir en la tarjeta de invitación la petición de acudir provisto de cámara de fotos y tomar cuantas más instantáneas mejor para, tras la fiesta, descargar el contenido de las tarjetas de memoria a un ordenador, obteniendo miles de imágenes tomadas desde todos los ángulos posibles que podremos seleccionar, editar e imprimir por un coste muy inferior al usual.
Como es lógico, una inmensa parte de ellas serán basura. Sin embargo, solo es una cuestión de estadística que por cada diez fotos malas al menos una será genial por lo que cuantas más logremos, mejor.
Si bien el video de la boda podría lograrse por medio del mismo procedimiento, es cierto que obligar a un invitado a pasar toda la noche detrás de la lente es poco adecuado. La solución es simple:
La práctica totalidad de los alumnos de escuelas de Imagen y Sonido acaban realizando, en algún momento de su vida, lo que en el gremio se denomina BBC (bodas, bautizos y comuniones). Poniendo un reclamo en el tablón de anuncios de alguno de estos centros contactaremos con personas formadas para la grabación y edición de video que, por unos 20 euros la hora, registrarán el evento para nosotros. Por 300 euros, contando el proceso de montaje, cabe esperar un trabajo tan bueno como el mejor de los que el fotógrafo de bodas de nuestra localidad pueda ofrecernos.
4- El convite:
Lo normal es que el festín nupcial represente el mayor de todos los gastos de la boda. Es lógico, ya que hay que pagar tanto un espacio lo suficientemente amplio para alojar a los invitados, como el menú y servicio de camareros. Sin embargo parece contradictorio, teniendo en cuenta que lo normal es desembolsar un mínimo de 8.000 euros por cada 100 comensales, que la comida de los desposorios suela resultar poco satisfactoria y ampliamente criticada.
Esto es muy lógico ya que un menú a gusto de todos es, simplemente, imposible de elaborar. Siempre habrá quien prefiera la carne al pescado, las legumbres a las verduras o lo dulce a lo salado. Además puede comprenderse que la elaboración de los platos no sea comparable a la de un restaurante a la carta si se asume que cocinar para decenas de mesas no es lo mismo que cocinar para una sola. El problema está en que se está pagando una suma exagerada por la cual cabría esperar, al menos, unas viandas deliciosas y abundantes que rara vez se materializan en las mesas de los salones de banquetes.
Lo ideal, si queremos una celebración a un precio razonable, es dedicar unos momentos a evaluar qué posibilidades tenemos de organizar un sarao exitoso al margen de las abusivas imposiciones de los empresarios de la hostelería.
Podríamos preguntarnos ¿tenemos algún conocido que disponga de una finca? Seguro que es posible llegar a un acuerdo con él para que nos permita utilizar sus terrenos en tan señalada fecha. Y en caso de no tener suerte ¿por qué no plantearse otras opciones?
La crisis del sector inmobiliario ha dejado España repleta de viviendas vacías y dueños con imperiosas necesidades de vender o alquilar. Con tan sólo dedicar unos minutos a investigar en la web, podremos localizar cientos de casas de campo y chalets con jardín con cuyos propietarios nos resultaría mutuamente beneficioso alcanzar un acuerdo temporal de arrendamiento.
Por supuesto existe una tercera opción, si bien es algo menos asequible, consistente en recurrir a empresas dedicadas a este negocio en particular, como algunas casas rurales de las que podremos disponer durante un fin de semana por alrededor de 1.500 euros.
Calculando que manejásemos una cifra que rondara los 100 invitados, tras restar el alquiler del espacio aún dispondríamos de unos 6.500 euros para destinar al menú antes de igualar el gasto que habríamos hecho en un salón de bodas normalito. Contratar a una empresa de cáterin que sirva un buffet libre para nuestros familiares y amigos, con mesas y vajilla incluidas, no rebasa ni de lejos esa suma.
5- La barra libre:
Digan lo que digan, una fiesta sin priva no es más que un muermo de reunioncilla. A partir de cierta hora, conviene asegurar el cachondeo garantizando una generosa provisión de espirituosos para los asistentes al banquete. No en vano, la perspectiva de “pillar una buena borrachera” es, inmediatamente después de “follarse a la prima”, la motivación principal de todo asistente a una boda.
Una vez más, aquellos que viven de organizar enlaces matrimoniales son conscientes de este particular. Por eso la tradicional barra libre suele cobrarse hasta a 20 euros por persona, limitando la duración de la misma a sólo unas pocas horas, transcurridas las cuales las consumiciones deben ser abonadas por los propios invitados.
2.000 euros en copas son muchas copas si tenemos en mente el precio habitual en bares y discotecas, pero si sopesamos el coste real que las botellas de licor tienen para los organizadores llegaremos a la conclusión de que el margen de beneficio que acumulan es escalofriante. Así pues, el momento más deseado de la celebración no es tan rentable como a priori pueda parecer a algunos.
Si aún deseamos disminuir la cuantía del desembolso esponsalicio, aplicando el Principio Universal del Botellón Castizo obtendremos datos muy interesantes: Por unos 700 euros podremos comprar bebida de sobra para narcotizar a un centenar de personas. Así, no solo abarataremos el coste si lo comparamos con las tarifas habituales por barra libre, sino que podremos prolongar la fiesta durante muchas más horas de las que este servicio nos ofrece tradicionalmente mientras que factores determinantes como sabor y efecto embriagador mantendrán los mismo niveles que cabría esperar de una ingesta brutal de licor más prohibitiva.
Requiere un cierto grado de esfuerzo, tiempo y dedicación, pero aplicando estos 5 sencillos puntos lograremos organizar una boda por alrededor de un millón de las antiguas pesetas. Casarse por menos de 5.000 euros representa una reducción del 75% si consideramos el gasto que un evento de estas características suele conllevar. Sin duda todavía puede abaratarse mucho más, ya que lo único obligatorio es un cura, dos novios y sus testigos. Está claro que no hay como encontrar alternativas (y ser capaz de ponerlas en práctica pasando por encima de todo convencionalismo preestablecido) para disfrutar de un enlace barato e inolvidable.
No olvidemos que, aparte del desahogo que un ahorro de esta magnitud supondría para los anfitriones, también los invitados acudirían mucho más tranquilos. Con que cada uno de los 100 asistentes participase con 50 euros en los costos, estos estarían prácticamente cubiertos.
Insisto, aun así, en que una invitación no debería en ningún caso llevar implícito el pago de lo convidado ya que en ese caso no se debería usar el verbo invitar, sino el verbo vender de la siguiente forma:
“Te vendo mi boda. Yo la organizo y tú la pagas”.
comiendodetergente.blogspot.com
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