sábado, 2 de julio de 2011

Sobre pervertidos, desviados e invertidos.




Que la homosexualidad es una perversión, si nos atenemos al significado que a esta palabra suele otorgarse, es algo que nadie puede poner en duda. Al fin y al cabo, el deseo carnal hacia un individuo de tu propio sexo puede considerarse una anomalía del comportamiento que supone la desviación de una tendencia psicológica natural”.
Ahora bien: Basta con un rápido vistazo a la lista de categorías de cualquiera de las decenas de “Youtubes del Porno” que existen para comprobar que la heterosexualidad también está muy, pero que muy pervertida.
¿Cómo, si no, explicar la existencia de miles de archivos pornográficos etiquetados como “mature”, “BBW” o “BDSM”? Si afirmamos que lo normal es que a los machos únicamente les atraiga la idea de copular con hembras jóvenes, fértiles y “canónicamente atractivas”… ¿no deberíamos catalogar como desviación el deseo que muchos heteros sienten por hembras ancianas u obesas? ¿Sería descabellado afirmar que un hombre que se excita mientras es golpeado por una dama embutida en latex, aunque solo sea una vez en su vida, obra contra natura? Si nos ajustamos a la definición, seguramente no.
Tal vez el origen del conflicto radique en el uso peyorativo que del término perversión se hace usualmente. Si hacemos un esfuerzo por utilizar el vocablo más correcto, tal vez parafilia sería la manera apropiada de referirse a los gustos de aquellos a quién comúnmente suele calificarse de pervertidos.
En cualquier caso… ¿Qué es “lo normal”? Y sobre todo, ¿quién lo determina?
Partimos de la base de que estamos hablando de sexo. Algo que, por norma general, practicamos solos o en pareja pero (casi siempre) en la intimidad. Puedo comprender que alguien afirme conocer cuál es la manera más “normal” de respirar, de caminar o de beberse un vaso de agua pero… ¿De excitarse?
Hasta donde yo llego, la excitación sexual es un conjunto de cambios físicos y hormonales que se originan en el cerebro. Si cada mente es un mundo ¿Cómo puede alguien asegurar conocer la manera “normal” de ponerse cerdo?
Todos tenemos nuestras peculiaridades sicalípticas. De hecho, me atrevería a afirmar que el colectivo humano que se pone cachondo, de forma exclusiva, ante la idea de una cópula tradicional con un espécimen joven y hermoso del sexo opuesto representa una minoría de los habitantes del planeta Tierra. Dentro de la cabeza de cada individuo hay recuerdos, traumas, ideas y fantasías que conforman una mentalidad única e irrepetible, de la cual dependerán los estímulos que dicho individuo requiere para activar sus impulsos sexuales.
Sin embargo, se consiente con frecuencia que el típico viejo verde y putero, que paga a una emigrante explotada por unos minutos de sexo sucio, se refiera a dos hombres que (unidos, en ocasiones, por profundos sentimientos) follan de mutuo acuerdo como maricones pervertidos”, “desviados” o “invertidos”.
Centrándonos en este ejemplo concreto, y si tenemos en cuenta que una tendencia sexual solo se considera peligrosa si es dañina para otra persona, cae de cajón que quién debería ser señalado y acusado por la sociedad de desviado no es precisamente aquel que mantiene sanas relaciones consentidas sino quien, como cliente asiduo, perpetúa la lacra de la explotación sexual femenina y garantiza la existencia de locales de alterne, muchos de los cuales denigran y esclavizan a miles de mujeres en todo el mundo.
Gracias a Dios, las cosas cambian. En ocasiones a mejor: Asistimos esta semana a las celebraciones del Orgullo Gay, cosa improbable hace unos años e imposible décadas atrás. El hecho de que este evento se haya convertido en un reclamo turístico enormemente mediatizado, además de en un negocio lucrativo en el que las reivindicaciones pasan generalmente a un segundo plano, es muy criticable. Sin embargo, la fiesta es una prueba indiscutible de que, año tras año, cada vez son más los que destierran esos prejuicios absurdos (aunque humanamente comprensibles) que han obligado a la comunidad gay a satisfacer sus impulsos en lo clandestino, cuando no a reprimirlos por imposición, durante demasiado tiempo.
Personalmente, el espectáculo que el desfile del Orgullo Gay suele ofrecer me resulta horterilla, algo carente de gusto y, en ocasiones, innecesariamente “poser”. Comprendo, sin embargo, que hubo un tiempo en el que forzar determinadas actitudes o adoptar un cierto aspecto ayudaba a dotar de identidad a un movimiento, como el homosexual, al que nunca antes se le habían puesto las cosas demasiado fáciles. Así, clichés recurrentes como dar matiz femenino al habla o vestir tangas de leopardo forman ya tanta parte del colectivo como sus propios miembros.
Entiendo también las ganas de provocar y de transgredir predominantes entre los participantes y su deseo de hacer patentes los sentimientos de rechazo que profesan hacia las muchas instituciones y sectores sociales que, hasta no hace tanto, se han ensañado con aquellos que simplemente preferían montárselo con alguien de su mismo género.
Mi opinión es que, si se persigue la normalización de la homosexualidad, desfilar semidesnudo con plumitas en el culo es algo menos efectivo que demostrar al mundo, día a día, que ser gay no está reñido con ser un ciudadano responsable, perfectamente capaz de llevar un estilo de vida tan digno como el del más recto de los heterosexuales.



También preferiría que algunos individuos evitaran aprovechar cobardemente el ambiente festivo y la masiva afluencia para lanzar mensajes insultantes u ofensivos, que no engendran sino mayor crispación y rechazo. En cualquier caso, esas actitudes negativas solo pueden reprocharse a los que las ponen en práctica y en ningún caso a todo un colectivo de ciudadanos que solo piden diversión en las calles y respeto por parte de la sociedad.
Si bien es cierto que resulta difícil superar el coraje de aquellos que antaño (en los tiempos en que el sarasa era marginado y perseguido) fueron capaces de desafiar lo establecido para vivir de acuerdo a su realidad, es justo reconocer también la valentía del homosexual contemporáneo. Sí, es verdad que lo tiene más fácil que en el pasado (sobre todo en países como España), pero lo cierto es que todavía no es del todo “normal” que ser marica sea… normal.
De todos modos, si hay algo que encuentro admirable en ellos es esa actitud de “yo soy así” que llevan siempre por bandera… por algo Macho Man es uno de sus himnos: Se trata de que todos entiendan que me gustan los tíos siendo, como soy, muy tío (aplicable también a lesbianas, por supuesto).
Esto contrasta, curiosamente, con la postura del colectivo Trans con el que tantas veces han sido y son confundidos los homosexuales. Haciendo gala de un talante radicalmente opuesto, el individuo transexual parece querer hacer calar el concepto en la ciudadanía de que ellos no son lo que por naturaleza son, sino lo que dicen ser. Y es que, si bien respeto que decidan adoptar artificialmente los atributos propios de un sexo que no les corresponde, no soporto la idea de que traten de imponer (por ley incluso) que todos los demás tengamos que considerar mujer a un hombre castrado e hinchado con silicona (u hombre a una mujer con bigote y sin pecho).
No soy un profesional de la salud, pero me atrevo a decir (aún a riesgo de equivocarme) que, mientras que la homo(bi)sexualidad es una preferencia tan aceptable, sana e inofensiva como el fetichismo o las prácticas sadomasoquistas, una persona que siente que su género no le corresponde y pasa su vida tratando de ocultarlo y modificarlo necesita (salvo en casos muy concretos en los que, como está demostrado, se dan anomalías durante el proceso de gestación) atención médica, ya que es posible que sufra algún tipo de desorden psiquiátrico.
Yo mismo, tras una larga e intensa temporada en el continente negro, empecé a considerarme africano en cierto grado. De hecho, cuando converso con alguien procedente de esa zona del mundo así se lo hago saber. Sin embargo, si decidiera tatuarme todo el cuerpo de marrón oscuro y colocarme prótesis en los labios para realizar un “cambio de raza”, jamás esperaría que la Seguridad Social me pagase dicha transformación, ni mucho menos que el mundo entero aceptase reconocer mi derecho a considerarme “oficialmente nacido en la jungla”.
Y, en caso de hacerlo, comprendería que la Organización Mundial de la Salud considerase mi conducta como una enfermedad mental.





comiendodetergente.blogspot.com

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