jueves, 20 de octubre de 2011

Yo soy Gadafi. Y tú también.



Aunque ya argumenté el pasado mes de abril los motivos por los que este tipo me caía simpático, no puede discutirse que Muamar el Gadafi era un sátrapa, un dictador, un déspota excéntrico y un zumbao. Se dice que fue un ególatra narcisista, cómplice e instigador de atentados terroristas, además de un vejete muy, muy feo.
Pese a todo ello, Gadafi dirigió la nación libia con tino y mano firme, manteniéndose siempre muy alejado de las malas influencias, reforzando y favoreciendo relaciones amistosas y de cooperación entre diferentes países del continente negro y garantizando que sus súbditos gozaran de un nivel de vida del que en cualquier otro país africano sería sencillamente imposible soñar con disfrutar. No solo logró librar a su tierra de la dominación económica extranjera sino que encontró el modo de tomar durante más de cuatro décadas las riendas de un país que, por su tradición mahometana y organización tribal, era extremadamente difícil de gobernar. Y lo hizo durante más años de los que ningún otro mandatario árabe ha sido capaz de aguantar, nadando siempre contra corriente frente a un sistema global que le quería fuera de combate a toda costa y que nunca tuvo reparo alguno en cometer toda clase de abominaciones (como asesinar a su hija en el 86) para alcanzar su objetivo.
Hoy nos dicen (y nosotros tendremos que creerlo) que Gadafi ha muerto. Ocho meses después de que comenzara a tomar forma en Libia una sospechosa revolución que fue fulminante e incondicionalmente apoyada por los gobiernos y ejércitos de las principales potencias mundiales, el Comandante ha sido finalmente herido de muerte en su ciudad natal, Sirte. Se demuestra así que, opinaran lo que opinaran insistentemente los medios de comunicación de todo el planeta, Gadafi se encontraba exactamente donde siempre dijo estar: en tierra Libia.
No es esta la primera vez que las informaciones que los informativos han hecho públicas sobre el conflicto libio acaban demostrando resultar equivocadas o, directamente, falsas. No olvidemos que ha quedado probado que tanto las imágenes de la toma de Trípoli como la captura del hijo del dictador que fueron difundidas por los canales de televisión de todo el mundo no eran sino una burda falsificación filmada nada menos que en Qatar. Sin embargo, en esta ocasión parece no caber duda alguna de que el sátrapa ha sido ejecutado por las fuerzas armadas rebeldes y de la OTAN tras ser hallado escondido en un zulo luego de un intenso bombardeo.
El destino del dictador Libio era la muerte, no ya desde el pasado febrero sino desde el momento mismo en que asumió el poder allá por septiembre del 69. Sólo eliminándole podrían los principales interesados en tomar el control sobre la nación norteafricana tener vía libre para ejecutar sus planes de dominación y control sobre los recursos minerales que esta atesora. Qué duda cabe de que, una vez más, lo han vuelto a conseguir.
No importa cómo se nos haya vendido este golpe de estado (en el que, por cierto, el ejército español ha participado directa y activamente), lo que el futuro depara a la Libia post Gadafi es caos, desorden, violencia y malestar social. Irak y Afganistán serían, de no estar ya completamente olvidados por una inmensa parte de la ciudadanía, excelentes ejemplos que servirían como prueba intachable de que la democracia no es trasplantable ni imponible, sino resultado de una serie de condiciones y variables que se dan cuando deben darse, y no cuando los oscuros intereses de una pandilla de avariciosos desalmados así lo dictan. Cualquiera que conozca mínimamente el mundo árabe sabrá que sus habitantes no solo no desean vivir como los europeos sino que, directamente, se horrorizan ente esta sola idea.
El régimen autoritario, antidemocrático y absolutamente carente de libertades impuesto y encabezado por el Coronel Muamar el Gadafi era lo que funcionaba en la Libia actual, le pese a quien le pese. Una evolución natural, progresiva y transparente hacia un sistema de gobierno más justo y participativo habría sido no solo deseable, sino eventualmente inevitable. Pero no hoy, y desde luego no de esta manera.
Yo digo que Gadafi sigue vivo, y no en el sentido sentimentalista que a esta expresión suele darse precisamente: Yo soy Gadafi, y tú eres Gadafi. Lo somos porque cuando más convenga a esta élite sanguinaria que dispone de nuestras vidas seremos manipulados, utilizados e incluso sacrificados del mismo modo que él lo ha sido.
Los que cayeron, caen y caerán en falsos atentados terroristas son Gadafi. Los inocentes que perecen víctimas de “tropas en misión de paz” en cualquier parte del mundo, igual que tantos que mueren de hambre por culpa de aquellos que deciden quién debe ser rico y quién no, también lo son.
De hecho, bien pensado, nosotros somos mucho más Gadafi que el propio Gadafi, porque deshacerse de nosotros resulta más barato y sencillo... Al menos el amigo Muamar ha podido esquivar las balas unos meses, durante los cuales por desgracia ambos bandos no han cesado de acumular miles de cadáveres, entre todos los cuales el del viejo Coronel no representa más que una minúscula gota en medio del océano de vidas perdidas que esta pérfida maniobra se ha cobrado.
Descansen en paz todos ellos, y que Allah les acoja en su seno y les permita ver su rostro.

Primeras imágenes del cuerpo sin vida del Coronel Muamar el Gadafi.
Obsérvese la herida de bala en la sien izquierda del dictador libio.








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